La cabeza del durmiente by José María Guelbenzu

La cabeza del durmiente by José María Guelbenzu

autor:José María Guelbenzu [Guelbenzu, José María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Fantástico, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2003-04-28T00:00:00+00:00


XII

Acampada

El señor Hacienda, tenía por costumbre hacer footing todas las mañanas en compañía de su mujer, de manera que los cuatro salían a primera hora hacia el parque y hacían el camino juntos hasta un punto en el que los padres torcían a la izquierda y echaban a correr en dirección a su ruta de carrera y los hijos torcían a la derecha en dirección a la parada del autobús del colegio. La afición de los esposos Hacienda por un deporte tan urbano se complementaba con una dedicación no menor, aunque sí más esporádica, al senderismo, un complemento campestre. La palabra senderismo provocaba verdadera angustia física a los hijos, que habían visto con horror cómo sus padres aguardaban emocionados a que los chicos cumpliesen la edad reglamentaria para poder llevarlos en sus excursiones por montes y cañadas. Ambos —⁠pero sobre todo Pedro⁠— habían intentado retrasar por todos los medios su crecimiento; la naturaleza, por el contrario, pareció empeñada en desarrollarlos con especial intensidad.

«Están muy adelantados para su edad», fue la frase fatídica que un día de revisión anual el médico de familia dejó caer sobre ellos como la cuchilla de una guillotina. Así que, con sus cabezas recién cortadas y sus respectivas mochilas, se echaron al monte un viernes. El plan era pernoctar en un albergue y pasar el sábado caminando senda arriba y senda abajo con vuelta a la ciudad el domingo por la mañana. Ésa fue la primera vez.

No hay nada, ni en la naturaleza ni en el espíritu, capaz de sembrar la duda en las mentes de unos padres dispuestos a buscar lo mejor para sus hijos. Lo mejor se convierte de este modo en una amenaza temible, y el concepto mismo de lo mejor en una aspiración rechazable. Pedro y Claudia suspiraban por lo peor, incluyendo una caída por algún terraplén que atemorizase de tal manera a sus padres que los hiciera desistir de convertirlos a la religión senderista. Nada de eso sucedió, y las muecas de forzado entusiasmo con que acogieron las expectantes preguntas de sus padres, después de la monótona y agotadora primera jornada senderista de sus vidas, no lograron empañar el optimismo de los esposos Hacienda.

Visto el riesgo que implicaba sufrir un accidente, los chicos, por mucho que lo hubieran deseado, prefirieron abandonar ese frente y decidieron concentrar todas sus fuerzas en una táctica de choque indirecto, algo que no se les ocurrió sino a la sexta o séptima salida. Avanzaban un día los cuatro por un auténtico camino de cabras cuando un prolongado suspiro de Claudia afectó el humor de su padre.

—Anda, hija mía, que cualquiera diría que te estamos haciendo atravesar los Andes de una punta a la otra.

Sin llegar a caerse al suelo como Saulo de su caballo, ambos se sintieron sacudidos por una misma efusión de su torrente sanguíneo y cuando se miraron, sin dejar de caminar, en sus ojos esplendía el reflejo recíproco de una misma idea.

La pusieron en práctica a la primera oportunidad. No bien hubieron recorrido



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